Vas en el elevador, la nota que escribiste
con la dirección anuncia que vas al piso 72, contigo van dos tipos
trajeados que se subieron en el lobby con sus respectivos cafés y una
pareja muy arreglada que seguro va al restaurante en el mismo piso al
que tú vas. Odias las alturas y cada segundo en esa caja tramposa que
sube velozmente te parece una eternidad. Por ahí del piso 52 a alguien
se le ocurrió que sería una buena idea que los muros fueran de cristal y
entonces puedes ver hacia afuera, la ciudad cada vez más chiquita y el
piso cada vez más lejano. Tu corazón late y late más fuerte, te llevas
la bolsa al pecho y la abrazas. Los tipos trajeados van platicando algo
de fútbol, la pareja va dándose besitos y sonriendo cómo si nada pasara.
En el piso 63 el elevador se detiene, los trajeados salen muy calmados.
Cometes el error de ver hacia abajo de nuevo y el vértigo se apodera de
ti, abres los ojos como plato, respiras agitadamente, sientes que te
falta el aire, finalmente el elevador se detiene una vez más, llegaste a
la cima, lo lograste. La pareja se baja y tú te quedas congelada viendo
las puertas del elevador, miras hacia afuera, ves pasar a un ave y
luego un avión y de pronto reaccionas y te das cuenta de que no hay
manera de que puedas venir todos los días y entrar en este elevador y
subir 72 pisos y además trabajar 9 horas a esas alturas, te preguntas ¿a
quién se le ocurrió construir un edificio tan alto y además en una zona
altamente sísmica? La campana suena de nuevo, sin darte cuenta llegaste
al lobby, quieres bajarte pero no puedes, estás paralizada, las puertas
del elevador se cierran de nuevo, alguien aprieta el piso 72, vas para
arriba de nuevo, te aterras, gritas hacia adentro, sabes que estás
atrapada y destinada a vivir en el elevador hasta que superes el miedo.
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