lunes

37. Café de olla

Nunca olvidaré las mañanas en casa de mi abuela. Me despertaban dos cosas: El sonido del radio programado en Universal Stereo y el aroma delicioso del café con canela que mi abuela bebía religiosamente todos los días antes de irse a trabajar. Pienso en eso mientras espero en una larga fila en Starbucks, en la radio suena alguna canción de Taylor Swift. Observo el menú con con todas las opciones: americano, expresso, caramel macchiato, capuccino, te matcha, chai latte; con leche entera, de soya, de almendra o tal vez un chocolate, blanco, mocha... Sólo de ver la lista me siento agotada y eso que todavía hablamos de la temperatura y el tamaño ¿qué carajos es eso de short, alto, grande, venti y trenta? ¿Qué pasó con pequeño o grande? Y el precio, ¡$52 pesos por un café! Parece un robo, es un robo y me siento ridícula, empiezo a hiperventilar. Mi abuela se burlaría de mí y con toda la razón del mundo. El monstruo del capitalismo me ha atrapado pero aún puedo escapar de ésta vergonzosa situación. Me sudan las manos, me falta el aire y entonces grito "¡Nunca más!" Me escurro de la fila, la gente se me queda viendo o pienso que se me queda viendo, escucho sus susurros y críticas, me tachan de loca por salirme estando tan cerca (en el fondo sé que me miran con algo de admiración, en el fondo ellos quieren hacer lo mismo).
Ya afuera, con la brisa citadina acariciándome el rostro, camino segura hacia la esquina dónde se pone la tamalera, quien amablemente me da los buenos días y me pregunta qué puede servirme, le pregunto si tiene café y me dice que sólo de olla, quiero abrazarla pero contengo mi entusiasmo y sólo le digo que me dé un café. No hay más preguntas, con audacia toma un vaso de unicel y lo llena hasta el tope, lo cubre con una tapita de plástico, no le escribe mi nombre, ni nada de esas tonterías, y al final me cobra $9 pesos. Le doy las gracias y me suelta un "ándale mija, que Dios te bendiga" (y todos sabemos que nada da más suerte, que la bendición de una total extraña). Me voy más que contenta con mi bebida que huele a la casa de mi abuela y completamente aliviada de no tener que contestar toda una encuesta cuándo todo lo quiero es un simple café.

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