Ya sé hacia donde va esto. Lo noté en tus labios cerrados cuando me acerqué para darte un beso. Lo noté en el lenguaje lejano de tu cuerpo. En el interminable espacio que hay entre nosotros. Se acabó el juego.
Me pregunto si se debe a la chica de Starbucks, la que te sonríe y le pone extracaramelo gratis a tú estúpido café. Es linda, es muy joven para ti, pero hace mucho establecimos que moralmente las cosas no siempre importan. Tal vez se trata de la corredora que encontramos todas las mañanas cuando caminamos a la avenida principal para subirnos al metro. He notado cómo se te desvían ligeramente los ojos cada vez que pasa, no te culpo, tiene unas piernas envidiables, un abdomen firme y siempre deja en el aire un aroma a jazmín y a vainilla y a sudor (y bueno, ese sudor está lleno de feromonas, de feromonas exitantes que probablemente te vuelven loco).
Pides otro trago. Te estás armando de valor para decirme que esto que tenemos, esto que hemos construido durante años, ya no puede seguir siendo. Me dirás que sigamos siendo amigos, que de cualquier modo vayamos juntos al concierto en Agosto (compré esos boletos hace tantos meses que ya lo había olvidado). Me dirás alguna tontería cómo que hace un tiempo que ya no te sientes igual y que no me quiere lastimar, que es mejor que nos separemos ahora y dejemos de perder el tiempo. Antes de que empieces, déjame decirte que no me debes explicaciones, te conozco desde hace tanto que se leerte al derecho y al revés, sé que te vas porque ya te aburriste, es tan simple como que encontraste a alguien nuevo y a ti la novedad te encanta, de ella también te vas a aburrir, no importa de quien se trate, no importa que tan guapa, que tan inteligente, que tan vibrante, que tan cosmopolita o que tan perfecta sea. Tarde o temprano te vas a aburrir y no es tu culpa, es tu naturaleza, ¿ya sabes? Tal como la fábula del sapo y el escorpión y yo, bueno yo sé eso desde el momento en que te vi con tu novia en este mismo bar un par de años atrás, la francesa (¿cómo se llamaba?), a la que dejaste por mí cuando yo era la novedad. En esta analogía yo soy el sapo, pero a diferencia del pobre de la fábula, yo estoy preparada. Yo siempre he estado al tanto de que ésta torcida relación siempre ha tenido fecha de caducidad y por lo tanto no soy una víctima más, no podría serlo pues te acepté con las condiciones de todo lo que eres…
De cualquier modo voy a dejar que te acabes ese trago, que me tomes la mano y que me hables con dulzura. Voy a dejar que pagues la cuenta y que finjas que te sientes muy mal y quiénsabe, tal vez de verdad te sientas mal. Es posible también que te deje tomarte otro trago y otro más, dejaré que nos pongamos nostálgicos, que recordemos aquel verano en Huatulco cuando vimos a la tarde derretirse en nuestra piel desnuda, o aquella noche que pasamos caminando por la ciudad hasta que nos agarró el amanecer y te quedaste dormido sobre una banca, con la cabeza reposada en mis piernas. También me conoces bien y aunque ya no quieres estar conmigo "para siempre" quieres estar conmigo un rato más, una tarde más, una noche más. Pasaremos la noche despidiéndonos de nuestros cuerpos, de nuestros besos, de nuestra cama compartida y en la incomodidad de la mañana te dejaré empezar de nuevo con las excusas, pasaremos junto a la corredora, ésta vez voltearás a verla sin discreción, caminaremos hasta el Starbucks, cada quien pagará por su café, el mío cargado, el tuyo con caramelo extra. Nos daremos la mano, un beso ligero en la mejilla. Fin del contrato.
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